miércoles, 16 de abril de 2008

volcando campamentos

En estricto rigor, esto no es un conejito, no tiene las carácterísticas, físicas y de espontaneidad de un conejito, partiendo por el color, pues no se acerca siquiera a albo prístino de los animalitos dignos de llamarse "conejitos blancos", tampoco sus ojos desorientados, asustados, avidos de respuesta. Para colmo, ni siquiera se si este engendro que me resultó, es capaz de cobrar vida propia, eso ya no es mi problema, lo decidirán otros. En una de esas crece. Yo, por el momento, estoy decidida a incubar otro engendrito, uno más fuerte y robusto. Por ahora me conformo con esto, un pestañazo producido en el catastro en el campamento la chimba, aquí va el engendrito gris.


Como un cuadro, una foto… estas líneas pretenden ser un retrato, no exhaustivo, ni veraz, ni siquiera fidedigno. Sólo la imagen de lo que he visto. Una imagen que, ya se ha dicho, ha sido devorada, copiada, modificada y multiplicada por mi memoria. Esto es entonces un rescate de todas esas fotografías de vidas…

MI primera encuesta en la Chimba: Una casucha perdida entre sitios eriazos y o semiabandonados de algunas industrias. Ahí, en medio de la nada, una casita a maltraer, con un cerco azul que delimita el trozo de tierra que les pertenece. Las moscas abundan en rededor, formando una nube de zumbidos. De alguna parte corre agua y forma un barrial.

Frente a la casita, una mujer de tercera edad, enjuaga el pelo a una niña. Con un jarro extrae agua, algo turbia, de un tambor y lo vuelca sobre el cabello de la niña, que no alcanza los cinco años. La pequeña sale corriendo a recibirnos, sorbiendo el agua que escurre por su carita. Atrás viene otra menor, un poco más grande y con su cabello largo y limpio. "ven a terminar de enjuagarte el pelo" le dice la anciana, quien nos saluda estrechando la mano y nos da permiso para entrar al inmueble.

En la casa observo todo como si estuviera detenido, concentrado, suspendido en el tiempo, saco una foto muda del lugar: Una tele de mediano tamaño forma el tesoro y único elemento vivo del lugar, aunque está prendida no puedo observar lo que emite, me detengo en el cumulo de moscas que se posan en ella, una gran cantidad de moscas que se acumulan casi tapando la pantalla, como absorbiendo la vida ficticia que irradia esta caja de luz. Lo grotesco y lo decadente en su máxima expresión, uniéndose para dar forma a una realidad aún más grotesca.

Si ampliamos el foco vemos el living… los sillones viejos, destruidos, en torno al fogon moderno, la conexión con la realidad externa y la época. En un rincón un mueble añoso, abandonado, atiborrado de figuritas de vidrio… como queriendo vencer al olvido y permanecer pese al polvo, a la destrucción, como un estandarte haciendo patente la indescencia, y la incoherencia temporoespacial de esta vivienda, casi como una burla o un desafío a la vida, al tiempo, a la belleza, al desarrollo. Un estandarte cuyo fin es denunciar la decadencia que le rodea.

Y desde esa foto cobran vida las personas, quienes viven allí como ciegos de su realidad, o al menos volviéndose ciegos, para soportar. Para seguir viviendo, pese a las moscas, vaticinadoras de lo fatídico, de la pobreza, de la ignorancia, de la irracionalidad, de la suciedad de sus vidas, de sus instintos y sus destinos.

"Es que justo le había lavado el pelo", se excusa una niña mayor. Es Natalia tiene alrededor de 20 años, los dientes amarillos, un cuerpo avejentado por los embarazos y tres hijos… la mayor de ellos tiene cinco años, pero por su forma de hablar y su actuar resuelto la hacen parecer un poquito más grande. Encaramada en un destruido sillón de un cuerpo hace alarde de su deshinibición y coquetería, hablando cualquier cosa... Más tarde increpa al abuelo con autoridad "Menso, fíjate y saluda" le dice, una actitud poco comun en una menor de cinco años... ella ya parece estar familiarizada con el caballero.

La del pelo mojado es la del medio, tiene tres años, se ve bastante tímida. Después viene un pequeño de menos de un año. El papá de ellos no parece existir. Es una pregunta que no se hace, se intuye por los apellidos. En ese momento no me dediqué a ver las fichas... No hay padre concluyo. O mejor dicho, hay uno sólo… el de Natalia.

“este es poh, este es el caballero que me ayuda” dijo al presentar a su padre… y mi rápida imaginación rellenó los espacios vacíos.

Natalia, madre y hermana, mujer a la fuerza. Las espectativas del yo sepultadas bajo las circunsatancias de la vida. Dueña de casa, Señora. Una niña que en plena adolescencia asume la responsabilidad de una familia, sumida en la pobreza, la ignorancia y la impotencia, entonces renuncia a si misma.

Todos en esa vivienda subsisten con el precario ingreso de este caballero. La mamá de Natalia es una anciana. A los cuarenta y tantos parece desahuciada por la vida, minimizando su presencia. Como una sombra, casi sin hablar deja que su hija reciba a estas visitas… no contesta mientras no le pregunten, quizá por vergüenza de mostrar sus encías expuestas, los pocos dientes que le quedan han sido devorados por las caries. Su actitud es de completo abandono. Ni siquiera se motiva cuando le ofrecemos la palabra, cuando le nombramos algunas posibles alternativas de capacitación… “Yo ya no” dice.

Quizás existe algo, dentro de todo lo que implica este contexto de pobreza, aún más duro que la exclusión social… el abandono de sí mismos. El que esta persona se olvide y excluya a sí misma, por voluntad, por vergüenza, por desesperanza… cuando ellos mismos no se permiten superarse.

Entonces pienso que nuestro trabajo se vuelve una nube descomunal, casi infinito, casi interminable.